El penal más largo del mundo: 22 años del día que la realidad atropelló a la ficción de Soriano
Atlanta y Cambaceres protagonizaron una historia insólita que recordó al inolvidable cuento de Osvaldo Soriano, pero que esta vez fue pura realidad.

"El penal más fantástico del que yo tenga noticias se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro un domingo por la tarde en un estadio vacío", inició su cuento el escritor argentino Osvaldo Soriano, sin saber que algún día su historia quedaría atropellada por la realidad.
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Era una tarde espesa, de esas que huelen a tierra caliente. Atlanta, ese club de ilusiones amarillas y corazones apretados, llegaba al sexto capítulo del torneo para enfrentar a Cambaceres, que hasta ese momento solo había recolectado tristezas. Más de mil gargantas se apretujaban en las tribunas, algunas para alentar, otras para escupir canciones venenosas que, a los pocos minutos, obligaron a que el árbitro Alejandro Toia detuviera el partido. Fueron siete minutos de bronca, calor y amenazas suspendidas en el aire.
Lucas Ferreiro, el distinto, el que jugaba como si fuera fácil en medio del barro, ya no podía moverse sin sentir el aliento del marcador rival en la nuca. Lo seguía como una sombra torpe y pesada, como si fuera una condena. Y cuando la tarde ya parecía dispuesta a morir sin pena ni gloria, llegó ese córner que arrastró a todos al área sobre el final, como un remolino inevitable.

La pelota flotó en el aire, como un globo perdido, y cayó en los pies de Ferreiro, que estaba de espaldas al arco. Antes de que pudiera girar, César González, el arquero de Cambaceres, lo atropelló con todo el cuerpo, pero Toia, quizá más atento a sus propios pensamientos que al juego, decidió no pitar. El rebote quedó boyando otra vez, y Trigueros, rápido como un rayo, disparó con el alma. La pelota encontró el cuerpo ancho de Juan Branz en la línea de gol, que cayó como si lo hubiera embestido un tren. Protestó, se levantó mostrando la panza roja del golpe, juró por su madre que no había mano, pero Toia, ahora sí decidido, cobró penal y expulsó al defensor en medio de una escena que parecía sacada de una comedia triste.
Entonces el mundo se rompió. El alambrado detrás del arco cedió como una tela vieja y la turba invadió la cancha. Entre gritos, empujones y amenazas, Toia dio por suspendido el partido a los 39 minutos. Lucas Ferreiro, todavía empapado en bronca, declaró ante quien quisiera escucharlo que lo más justo sería darle el partido a Atlanta, porque desde el primer minuto, dijo: "Esta gente vino a hacer lío".
Los días siguientes fueron de incertidumbre, como una novela policial en la que nadie sabe cómo sigue la historia. Se decidió, vaya uno a saber por qué capricho de los reglamentos, que el partido debía reanudarse. Había que jugar los últimos nueve minutos y patear ese penal detenido en el tiempo. La cita fue en la cancha de Argentino de Quilmes, un escenario neutro, gris y olvidable.
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Allí, en ese marco sin gloria, Lucas Ferreiro practicaba cómo patear, como si de su pie dependiera algo más que un simple resultado. Le preguntaron a César González, el arquero, a dónde pensaba tirarse. "Al medio", respondió, con una sonrisa resignada. No tenía idea de dónde iría el remate, pero en el fondo, quizá, ya intuía su destino.
Ferreiro no dudó. Cuando el árbitro levantó el brazo y la vida pareció suspenderse un segundo, corrió decidido y la puso arriba, apenas por encima de la media altura. González voló, pero cayó como una bolsa de papas, y la red, esa red flaca y cansada, se infló por un instante eterno. Ferreiro festejó saltando en el arco, tirándose de bomba como un chico en una pileta improvisada. Ganó Atlanta, ganó la historia.
Después, cuando alguien le preguntó cómo había decidido dónde patear, Lucas soltó una sonrisa y lanzó: "Decidí en el momento", como si las cosas importantes de la vida se resolvieran siempre así, de un soplido.
Y uno no puede evitar pensar que, quizá, allá en algún rincón perdido del valle de Río Negro, un domingo por la tarde, en un estadio vacío, alguien sigue esperando que ese penal fantástico finalmente sea pateado. Soriano no imaginaba jamás que su relato iba a ser atropellado por la realidad. O quizás sí, y solo se anticipó a describir aquel eterno penal entre Atlanta y Cambaceres que no pudo ver.
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